


Las plazas y sus héroes
Fernando Zesati
Sólo es por sus pasos que se forman los caminos,
por sus voces de fuego y de sátrapas desdentados,
voces que cortan el aire, la noche y el vuelo de las moscas,
mientras ellos caminan con verdades en la solapa: un héroe
para cada plaza,
zapatos nuevos, espuma de afeitar, cabezas rapadas,
y sobre todo sus pasos, levantando los caminos,
si no van cansados,
si han bebido poco
y si el tiempo es bueno
en sus noches de concreto
(sólo si quedan cigarrillos, si no han hervido los frascos
y si la madrugada los deja respirar en paz);
se embriagan los héroes y les lloran las plazas; les besan la oreja,
la mano o la entrepierna, porque son sus héroes,
sus titanes de éter con cabezas de león,
luces oscuras que se encienden al alba,
iridiscencia negra que duerme cuando está despierta:
los héroes,
borrachos de pacotilla que ardieron sin pensarlo
cuando la solidez se volvió una tumba, otra mentira del tiempo;
ellos bailaron y se cortaron las lenguas,
sangraron sus fuentes,
se desmadraron los ríos, y al final del día
uno de ellos tuvo que lavar las copas cuando regresó a casa,
sucio y estúpido pero con el estómago lleno;
recorrieron las plazas barbados por mandrágoras,
con la camisa en la mano y el esqueleto expuesto,
el cráneo abierto, los laureles en llamas,
babeando por lunas dulces que nunca bajan del cielo,
aunque los héroes escurran lágrimas de mármol
y les lleven flores y les canten canciones,
gritadas a pulmón y a golpes de culata,
una serenata oxidada al fondo de un abismo;
y la cantan ellos, los héroes,
que con sólo pensarlo
caerían fulminados por un incisivo recuerdo:
jabalíes azul y negro los sorprenden en una autopista,
con una luna en la cajuela, los calzoncillos abajo
y una botella en la boca;
ahora los héroes descansan bajo las nubes y los árboles
de vidrio,
de ese vidrio tan sucio que rompieron para
pagar la renta,
para que permaneciera callada la cuenta del revólver
y para que la pesadilla púrpura se alejara de sus ventanas:
esa noche violácea que huele a muerte y a humo de segunda mano,
a cánceres petrificados,
a galanterías de papel y de hachís y de hambre – y también
de silencio, del más grande silencio,
que resuena en sus labios
como un perro ladrando a media borrachera;
ellos soltaron a los parques profecías de planetarios,
de estrellas negras coronadas por una resaca, un desayuno barato
o un billete doblado en la bolsa del pantalón,
que no sirve para comprar nada
porque los tenderos son todos lagartos,
policías y milicos
y no dejan objetar ni levantar las manos, así que
uno termina esposado a una sombra, temblando y sacudiéndose,
y sin poder sacarse el humo del cogote;
pero estos héroes siempre son rescatados
por ángeles helicóptero y por amazonas descaradas –
sus mujeres, sus dilatadas mujeres,
heroínas líquidas que se esconden en poemas y prosas y farmacias
abiertas un martes a la medianoche –
cuando se lamentan las calles con autobuses en la garganta
y los héroes se entregan a pálidos martirios de salario mínimo,
de sufrimientos ilegales,
de pavorosos dedos de policías corruptos y
de conversaciones interminables con máquinas de carne y hueso:
esta es la vida de los héroes en su bastardía sin llamas,
sin escapes de pocos meses a un hospital de lechuzas,
sin vasos de leche que se entibian junto a caricias felinas,
sin resurrecciones inesperadas cuando los muertos han muerto,
sin sentimientos de derrota ante el ojo del segundero,
sin explosiones escolásticas que no significan nada
y sin sinfonías orgásmicas que les devuelvan el pasado,
la juventud derramada como de un grifo abierto,
un trago de ron, cualquier cosa, un abrazo;
estos son los héroes que orinaron lágrimas,
que se secaron al sol y le humedecieron las flamas,
que salieron a las calles para besar sus cadáveres
y que lamieron de los libros una música incomprensible,
una vida de pocos pasos y un ebriedad constante
que los aleja del suelo, inmortales, inmorales
y pájaros sin alas,
destinados a la pobreza de unos versos olvidados,
de unas puertas cerradas,
de sonrisas electrónicas
y de café diluido en vasos de poliuretano, en los que gotea el techo
con ironías de marihuana y de cervezas a mitad de precio, mientras
ellos beben, augustos, sus mediodías de polvo,
si es que los beben y si la locura aún no llega para
taladrar sus cráneos;
vivan los héroes de las plazas con sus testículos desorbitados;
vivan las noches ebrias que acarician con sus manos largas;
vivan la juventud y los vientos francos con el culo al aire;
vivan las vaginas libres y sus sirenas sin retoques;
que vivan los héroes, los insatisfechos y los borrachos,
pues de ellos son los plazas, las calles y las hazañas:
estas hazañas que no apuntan a nada
y que nadan en el mundo como recuerdo y monumento,
gloria y miasma de una vida una imposible,
de un sentimiento imposible
y de un camino que sólo conocen quienes
lo han andado.
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