domingo, 10 de marzo de 2013

La Testadura, una literatura de paso no. 34: Nunca me ha gustado el Crack y Azul Marino por Javier Salinas.


















Nunca me ha gustado el crack

I Don´t Like The Drugs (But The Drugs Like Me)
Marilyn Manson

Llevo dos o tres días sin dormir, mi estómago está totalmente vacío, mi organismo rechaza el alimento, solo puedo ingerir agua y suero. El calor complica más las cosas en este cuarto de 3 por 4 metros en la asquerosa vecindad, donde el suelo me recibe como tantas veces: muerto, desnudo, sudado, tembloroso y despierto. Hay cenizas de cigarro, trocitos de papel aluminio y pedazos de crack regados en el suelo; ya no puedo fumar más, no soporto este sabor.

Creo que en el mundo hay tres tipos de personas: los que venden, los que compran, y los que consumen. Desde luego yo soy de los últimos.

Recuerdo que tenía quince años, cuando fumé piedra por primera vez. Comencé como todos, inhalando coca. La coca, nunca me gustó demasiado, pero siempre desde niño tuve la impresión que al inhalarla me vería como aquellos personajes de las películas, tan genial, tan urbano, tan night life, tan New York, aunque mis primeros jalones fueran en el barrio del tepetate, en la tienda de uniformes deportivos (piratas) de una compañera de la prepa. Me sentía tan glamuroso, tan chic.

Aún recuerdo por qué decidí comenzar a inhalar, todo el mundo decía que la coca quita el hambre, el sueño, la flojera. En las noticias y las revistas leía sobre las muertes de modelos, y actores, relacionados con el glamuroso vicio. Famosos, que en efecto, iban desapareciendo poco a poco, eso me gustó, duré aproximadamente un año, inhalando coca casi todos los días, comiendo muy poco, sin embargo nunca sentí realmente comenzar a desaparecer, siempre me he visto demasiado gordo, siempre me he sentido así.

Al comenzar a fumar crack, me di cuenta que en realidad inhibía la ansiedad que a veces siento por la comida, eso me agradó mucho, pero a ello se contrapusieron los estados de por sí elevados de paranoia en mi persona, el sabor horrible, el olor insoportable, la enajenación. El punto es que una vez terminé encerrado por días en el motel Aobsil, con un amigo que conocía de la secundaría y un distribuidor,  me di el peor atascón de crack en toda mi vida. Cada uno perdido en su mundo; el dealer fumaba sentado en una silla junto a la cama, mi amigo fumaba enajenado sentado en la cama viendo en la televisión la variedad de canales porno y yo encerrado en el baño fumé por horas o días frente al espejo. Cada uno inmóvil en su sitio, mudo, enajenado y solo; perdido en ese punto, la pequeña piedra colocada en un montoncillo de cenizas sobre una lata de cerveza agujerada, recuerdo que una mañana salí a pie de aquel motel, no recuerdo el día ni la hora,  caminé un largo tramo y después tome un taxi hacia mi casa.

Siempre creí que no tengo que seguir haciendo algo que en realidad  no me gusta, así que dejé el crack, por años, de repente cuando alguien fumaba, me daba unos jalones pero en realidad no era que se me antojara o lo necesitara, era para compartir un momento entre amigos, solamente.

Un viernes recibí una llamada, era Marco, recién salido del tutelar, había estado ahí un par de meses por portar cocaína, lo detuvieron una vez que se dirigía hacia mi casa para beber e inhalar, antes de salir a alguna fiesta.

Me sorprendió mucho oír su voz, entonces quedamos en vernos, en seguida llegó a mi casa, compramos algunas cervezas, fumamos un poco de mota y caminamos hacia el centro. Como era de esperarse, Marco tenía algo en mente, me dijo que esperaríamos a un primo suyo, antes de ir a la fiesta, porque tenía que entregarle un dinero a cambio de una mercancía. Al llegar el primo, Marco entregó una suma de dinero a cambio de una onza de crack ya fraccionado en papeles de 100,  el cual venderíamos esa misma noche.

Al llegar a la reunión, la gente ya se encontraba colocada: ebrios, marihuanos, monas y algunos cocainómanos; entonces compramos unas cervezas, fumamos más mota y conseguimos unas monas con unos cholos del tintero. Algo pasa con las monas, así tengas el bóxer lleno de crack o tachas, siempre se antoja una mona, tal vez es la nostalgia del suburbio, del barrio, de la calle, de los amigos que se fueron y ya no están.

Después buscamos entre los pies horrendos de la gente horrenda, una lata de aluminio vacía, nos dirigimos al baño, la agujeré de inmediato y nos encerramos a fumar el crack, la lata se cayó un par de veces al escusado, pues las torpes manos de Marco no podían sostenerle, así que sin ningún empacho solamente la recogía de aquel estanque rebosando de orines, la limpiaba superficialmente con su playera y aún goteando, volvíamos a colocar la ceniza y la piedra para fumar de nuevo.  Cuando eres adicto, lo único vergonzoso es la sobriedad.

La fiesta, como todas, a los pocos minutos terminó aburriéndonos, mi asco hacia la gente me impidió hablar para ofrecerles el producto, Marco ya andaba hasta las trancas, esa noche no vendimos nada.

La noche siguiente asistimos a unas tres fiestas, igual de aburridas y pendejas todas, en las que no duramos más de 20 minutos, la gente otra vez, y para colmo la misma gente, es Querétaro, siempre son los mismos, con las mismas ropas feas y los mismos amigos reciclados, haciendo siempre las mismas pendejadas. ¡Qué hueva! decidimos como siempre terminar los dos solos en casa, con música, con drogas, con él, conmigo.

Hace poco más de dos semanas que lo han internado, es muy fácil para las personas procrear, malcriar a sus hijos y después echarles a un anexo, creo que hay gente que no debería parir, hay gente que no debería existir, hace poco más de dos semanas que no suena mi teléfono, que no hablo con nadie, que no salgo, que no me levanto.

¿Por qué toda la gente que de verdad me importa no me dura más de tres semanas?
 Apenas salió del tutelar y ahora en un anexo, qué difícil es tener catorce años en la actualidad, en mis tiempos cuando tenía catorce solo me preocupaba por conseguir alguna droga para poder desaburrirme, ahora a los catorce o eres dealer, o estás en un anexo.

No, definitivamente nunca me ha gustado el crack, y menos ahora, fumo por fumar, fumo por nostalgia, fumo por mi eterno afán de adelgazar, fumo porque no hay nada que hacer, fumo para intentar, como esos famosos, desaparecer.
Sé que cuando se termine el último papel, dejaré de fumar un largo tiempo,  ahora lo único que quiero es dormir días completos, despertar, beber agua y volver a dormir. Aunque por ahora solo importa esta ansiedad, este calor, estos trozos de crack, esta pequeña habitación inhabitable, esta sucia vecindad, este puto aburrimiento que siempre me agobia, estas ganas de nada, este enorme hueco.

Ojalá mi vida fuera menos aburrida, menos predecible, menos sencilla.

Javier Salinas Rivera (Basura) 05 de mayo de 2011


Azul marino

No sabemos si en realidad las cosas son mejor así: Escasas apropósito. Tal vez son mejor así: Reales, vulgares, mediocres, profundamente estúpidas. Después de todo aquello no era mi vida.
Rosa Schwarzer

Colgué el auricular y salí de casa, caminando sobre las ruinosas calles destruidas, con un aire suburbano, pisando las rocas destrozadas de la vieja carretera, entre los montones arrumbados de arena, tierra y tepetate, empujados por el viento estrellándose en mi rostro, como pequeños cristales congelados que se enterraban bruscamente en mis mejillas. El escenario perfecto para una persona rota, fragmentada en tiempos ajenos, que forman parte de la sincrética ensalada anacrónica de mi existencia.

Aprisa recorrí los baldíos de la hierva seca y espinosa, contra el pesado viento del invierno, mientras encendía el Hiter repleto de una marihuana roja con ahorma penetrante, que dio brillo a mi camino, frente al edificio vacío donde muchas veces imaginamos los suicidios que jamás perpetramos.

Al llegar al punto exacto del encuentro, bajo el efecto de la Cannabis Sativa, esperé un par de minutos, mientras se acercaba su silueta tan delgada, casi transparente. En una especie de alucinación semidesértica, en las alturas de la nada.

Era Alex, un amigo que conoció mi estado más deplorable, post-putrefacto, cubierto con el vaho de la miseria más decadente que he experimentado. Y aun así, bajo la lepra que Lautremont mejor describe, él siempre estuvo ahí.
Abordamos la ruta 24 en dirección al centro de la ciudad, hacia el Centro Deportivo Estatal. Llegando al edificio, entramos por la enorme puerta del estacionamiento y subimos unas escaleras suspendidas en una estructura metálica pintada de color azul marino, que daban a un enorme cuarto de baño con muchos compartimientos, y un espejo grande donde nos plantamos para capturar con esa Nikon roja los detalles del re-encuentro.

El baño totalmente vacío, con sus puertas entreabiertas, tan morbosas, bajo el claroscuro de la tarde frente al gran urinal goteante de color plateado, viejo, sarroso y desgastado. Dejando solamente un pasillo estrecho. Tan erótico momento invitando a internarse entre sus puertas, rincones y fétidos los aromas, hasta caer de golpe en el último compartimiento, y efectuar un acto erótico entre la más profunda suciedad.

-          Jaja, no mames wey, acabo de recordad una historia bien cagada, guarra, por supuesto.

-          ¿Qué wey?

Pues mira se trata de un amigo que conozco desde la secundaria, pero ya cuando íbamos en la prepa, él y yo estábamos matriculado en el gimnasio que se encuentra bajando las escaleras. Veníamos a hacer pesas y esas rutinas mamonas que solo hacen más ancho y pesado el cuerpo, en fin, casi todas las tardes llegábamos a la misma hora, para hacer juntos la rutina, como de 5:00 a 7:00 más o menos. Una tarde que él no llegaba, pues me puse a hacer la rutina, y mientras contaba una tras otra, las series de 25 abdominales que tenía que trabajar ese día. De repente apareció, despeinado, ebrio y con la ropa sucia, aun llevaba puesto su uniforme del ACSEC, una escuelilla cagada que está a unas cuantas cuadres de aquí.

Tambaleante se acercó hacia la entrada, me llamó hacia a fuera y al salir a ver porque se encontraba en tal estado, me contó muy exaltado que se sentía mal, como arrepentido y con asco. Yo le dije que era obvio por su estado de ebriedad, me dijo que no era por eso, que aparte de la borrachera que cargaba, había pasado algo más que tenía que contar me, pero antes me hizo jurarle que no le diría nada a nadie jamás. Fui por mis cosas y entré al vestidor a cambiarme de ropa, ah, y claro, le juré que jamás le contaría a alguien, que a demás cualquier día esos se me olvidaría.

Y luego comenzó: Conste, eh wey. Bueno, es que: hoy me salí de la escuela con unos de mi salón como a las 10:00 de la mañana, pues nos tocaba con el puto de inglés, y desde que Santiago ya no se lo coge, se porta bien culero con todos los del grupo, y la neta no quisimos entrar a su clase, y mejor nos fuimos a pistear a la casa del Brairo, es un wey medio chaco que vive por las Hadas.  Primero armamos unas caguamas y unas viñas de dos litros, pero ya sabes, después terminamos tomando Tonayan con un Frisco bien culero disque de horchata, y pues al final como que me crucé  wey.

Después del Tona ya nadie teníamos varo, y cada quien se fue a su casa. Yo me fui caminando con Santiago un wey de mi salón el que antes se cogía al profe de inglés. Le dije que me acompañara al auditorio y se esperara conmigo mientras daban las 5:00 para no esperarte solo y como apenas eran las 4:00, ese wey me dijo que pasáramos a un OXXO por una viña, que además, él todavía traía como 70 varos.

Al salir del OXXO escondimos bien  la Viña en mi mochila, nos metimos al auditorio y nos pusimos a tomar aquí en las gradas, casi hasta la última de arriba. 

De repente, no sé por qué pero comenzamos a hablar de sexo, de a quien nos hemos cogido o a quien nos gustaría metérsela, de las viejas de ahí del salón, bueno de toda la escuela. Y pues la neta se me puso dura en corto, y le dije: mira wey, ya se me paró, y le enseñé la verga por debajo del pantalón apretándola con mis dos manos como ofreciéndosela, y el puto que me dice: a ver wey. Y en eso me la agarró así como jugando wey, pues de compas, no? Y yo también se la agarré, pero así, por encima del panto y de volada, jugando, pues.

A ver sácatela, me dijo. Yo le dije que no mamara, que nel, que ahí alguien podía vernos, y el pinche Santy nada pendejo, me dice: pues vamos al baño wey, además aquí se ve que no entra nadie.

Caminamos asta el baño, y pues sí, la neta estaba todo vacío, y nos dirigimos asta el ultimo sitio, entramos los dos en la cabina, cerramos la puerta y pusimos las mochilas en frente por si llegara a entrar alguien, pues que no se vieran los cuatro pies, no?

Ya estando ahí, me saqué la verga, dejando el pantalón al ras de mis rodillas y ese elhizo lomismo, entonces comenzamos a jalárnosla (cada uno la suya) y luego ese wey me la empezó a chaquetear a mí, yo también se la agarré y lo empecé a masturbar, hasta que me dijo como en wasa, que se la metiera, y luego él mela metería a mi. Y le dije que no mamara, aunque al final acepté, pero con la condición de que yo lo penetraría primero.

Entonces el vato se volteó y se escupió en la mano, para luego pasarse los dedos por el culo, embarrándose la saliva, para que le entrara más rápido, yo creo.  Y en eso que se la dejo ir, bueno costó un poco de trabajo, primero como que no le entraba bien, asta se me dobló la verga una vez, pero ya después se la dejé ir wey, se empecé a meter suavecito, pero de repente se la dejé ir toda de putazo, y él hasta gritó, bueno gimió bien cagado, así como vieja wey.

Y luego como que se agüitó, porque aunque aguantó un ratillo, luego se la sacó y me dijo: ahora me toca a mí. Ni pedo ya me tocaba darme la vuelta y aguantar la verga de ese wey, un trato es un trato, y más entre compas, qué no?

Me di la vuelta, el wey me escupió en el culo, no mames como que me dio asco, pero ni pedo. Sentí cómo su saliva caliente se escurría entre mis nalgas, mientras, con sus dedos acariciaba despacio mi culo, de manera rítmica en un movimiento circular, y de repente me puso su verga en el culo, y despacio me la comenzó a meter, asta que en un movimiento brusco entró completa, de repente.

No mames, en eso me hice para adelante, en una reacción casi inconsciente ocasionada por el dolor, no mames es que duele culerísimo wey, como si cagaras, pero una pinche cacota, neta duele bien culero.

Santiago se burló de mi y me dijo que aguantara, pero nel, lo mandé a la verga, y le dije que la neta yo no, que mejor nos fuéramos. Me respondió que terminara, que mejor yo se la metiera si quería, y por supuesto que quise, como ya estábamos ahí y la neta yo si me quería venir, pues lo voltee, se la metí de nuevo, y  me vine en chinga wey. De volada me subí el bóxer, luego el pantalón y resalí de volada, aprovechando que, mientras Santiago se subía el pantalón, se le cayó su celular en el retrete. Me gritó algo, creo que dijo que lo esperara, pero mejor bajé por Ti.

-          No mames, o sea que acaba de pasar?
-          Si wey ahorita.
-          jajajajajaja

Así terminó la historia de mi compa, ¿cómo vez Alex? Bueno, al menos lo que le pasó en este baño, con su pinche amigo gordo, un taquero asqueroso de Los Sauces, pero pues iban en el mismo salón.

Alex solo se burló, no tuvo ningún comentario al respecto, pero su sonrisa lo decía todo, una reacción cagada, para una historia de cagada. Después de habernos tomado varias fotos frente al inseminado espejo, salimos de aquel baño, mientras Alex digería la primera experiencia homosexual de ese amigo, la cual le había contado.

Atravesamos el centro caminando hasta llegar a la exposición de carteles que se exhiben en la galería urbana alrededor de la alameda. Comenzamos el recorrido por la calle de Corregidora, vimos detalladamente algunos, otros simplemente, no lograron atraernos, asta llegar a la entrada del parque por la avenida Constituyentes. El parque aún permanecía abierto, y decidimos entrar bajo la protección de la oscuridad, entre sus bancas solitarias, en espectáculo barroco, entre los árboles y las escasas luces que difuminaban más los tramos boscosos de la alameda central.

Nos detuvimos en una de sus bancas frías, entre la oscura soledad. Con el culo congelado y el ardor del desencanto, las ideas efervescentes disparadas salieron de mi boca, en un discurso totalmente discordante, contra la opinión de la mayoría de la gente que creen que el progreso, triunfo o excito individual, recaen en la cantidad de dinero que uno carga en los bolsillos. En un mundo, donde la ausencia del asqueroso representa una debilidad o incapacidad que se resume en el fracaso.

Le expresé, que: la gente no comprende que habemos personas a las que no nos importa el dinero como representación de un logro personal; que habemos personas que sí hacemos lo que nos gusta, que sí amamos lo que hacemos, aunque apostemos todo por hacerlo.

Le conté que esa tarde había salido furioso de mi casa, y no era la primera vez que el discurso del dinero me orillara a salir casi corriendo y buscar la paz dentro del caos. Le dije  que: mientras le contaba a mi madre (durante la visita que me hace semanalmente) de las cosas que he leído y sobre el impacto que han tenido en mi persona.

Simplemente evade la conversación con temas tan vulgares como el dinero, las carencia, el financiamiento, los préstamos, de la taza de intereses, o de las relaciones fallidas, del desencanto del amor, de los golpes, los hijos, el divorcio, o cualquier tipo de chismorreo que yo considero superficial.

Por eso decidí salir, para encontrarme con los extraños de siempre, que se emocionan con las cosas que yo hago, que digo, que vivo, o escribo. Pues me entró como flecha en la mente el golpe fantasma del Fénix, que me jaló drásticamente asta una fantasía sucia y repulsiva.

Entonces pensé que lo único que comparto con ella (mi madre) es el sucio pasillo de hospital donde me vio nacer, entre el aire infectado y enfermo bajo la cegadora luz blanca de las lámparas de luz blanca, entre la peste de las clases más miserables de una humanidad convaleciente. Mi primer contacto con la superficie; con este mundo hostil de la humanidad enferma.

A veces pienso que todo se originó ahí: este asco que casi siempre siento por vivir. Tal vez se generó ahí, en mi primer contacto con el mundo. El único momento que mantiene unidos a una madre con su hijo.

-          Wey, te voy a decir algo, pero no te vallas a emputar.
-          ¿Qué?
-          Es que la neta, eres un pinche raro wey. Siempre hablas de cosas que a nadie le interesan, que a la gente no le gustan, desagradables o que no importan. Solo hablas de coger como cerdos. Y siempre encuentras las palabras para contradecir a todos, y te las arreglas, no sé como para hacer sentir mal a los demás. Por eso es que cuando hablas, nadie dice nada, solo te ignoran y se callan como si nadie hubiera hablado, porque a la gente no le gusta lo que dices, aunque saben que es verdad lo que les dices.
-          ¿A caso yo tengo la culpa de que la gente sea tan pendeja? porque todo el puto mundo está plagado de pendejos, y eso no me lo vas a negar.
-          No, no te lo voy a negar, pero precisamente por eso, si sabes que el mundo está plagado de pendejos, ¿por qué demonios llegas a intentar a hablarles de cosas que ellos no comprenden?  Porque obviamente, no les interesan. ¿por qué no, simplemente, les hablas de cosas triviales como el clima, el salario, o de la mierda que proyectan en la tele?
-          Si lo hago y casi todo el tiempo, siempre tengo que escucharlo, a veces asta me esfuerzo por dar un punto de vista, pero la gente nunca se toma la molestia aunque sea un puto día y finge interesarse por cosas distintas, a o lo que está socialmente establecido; y no digo interesarse, al menos escuchar, o fingir hacerlo.

Al terminar la frase, comprendí que la culpa era mía por no adaptarme simplemente, así como ellos, sin quejarme, simplemente arrastrarme cómodamente con la corriente. Pero el que lo reconozca, no significa que esté de acuerdo, o deje de molestarme.

Luego caminamos hacia Zaragoza, a la parada de autobuses, esperamos la ruta 43, que nos llevaría a Peñuelas, justo a la Calzada de Belén. Sin duda el trayecto más Kitsch de toda mi vida, bueno al menos de lo que va del año. Casi tan grotesco como la ruta 33 a las 2 de la tarde en cualquier jueves. 

El antro-bus llevaba encendida la típica luz negra para darle un toque de fluorescencia al tugurio, creando el ambiente de algún contemporáneo cabaret, de esos que más bien son puteros a mitad de carretera, de esos rodeados de las cachimbas que frecuentan los traileros.

Deslizamos nuestros pasos por el pasillo asta la banca del fondo, mientras el auto-estéreo tocaba uno de los muchos temas de José José. En la banca siguiente, de adelante de nosotros, había un par de borrachos que cantaban abrazándose, y cuando la canción se terminó, la pareja etílica comenzó a gritar, chiflar y aplaudir, felicitando al chofer por su excelente elección musical. Mientras el muy imbécil se sentía el pinchadiscos del año. Jaja <pensé> Hijoputa, ahora resulta que cualquier pendejo “pincha” (recordando toda esa mierda de la nueva oleada “Line-Up”)

Al ver tal escena, digna de una peli de Alfonso Sallas, no pude evitar voltear a ver a Alex, a la par volteó y al mirarnos los dos, no pudimos más que soltar una carcajada, enorme como nuestra frustración. Por ver en su floreciente reproducción una dinámica social que desde luego yo detesto.

Pero continuó el Set, en seguida se escuchó el temazazazo clásico de clásicos, del Mesías contemporáneo “El Buki” cuyo coro memoricé desde la infancia en las reuniones horribles, de las que, en cuanto pude me deslindé, las patéticas fiestas familiares, más bien parentales. Reuniones atiborradas de viejas gordas enfundadas en su conjunto de poliéster color verde-aqua, siempre con un horrible retazo de chiffon floreado enredado en el pescuezo para darle un toque de sensualidad a su grasienta espalda (claro, según si distorsionadamente).Y el coro dice así: Pero recuerdaaaa, nadie es perfecto y tuuu lo veras.

Es la parte que me sé, pero eso no fue todo, para colmo, a mi lado derecho venía una escuincla muy molesta, que zapateaba mientras su madre y otra hembra humana adulta, se decían una a la otra, en ese tono tan vulgarmente cantado y alargando siempre la penúltima bocal: hay mi música favoriiiiita.

Comencé a sentir mucho calor, una asfixia y un deseo incontenible de gritar y largarme. Abrace a Alex y él se recargó en mi hombro. En la siguiente parada, el autobús se llenó como blusa de gorda en la baja espalda, derramando sus lonjas desnudas, prietas por el sol. Activé el bloqueo mental y rebobiné la cinta en mi cerebro. Analicé cada detalle bajo la luz del cabaret: los personajes (Alex y Yo), el escenario, los sonidos, los aromas, las texturas, los colores, los objetos y por supuesto a los hologramas humanos de mi película. Hasta por fin descender del antro-bus en la Calzada de Belén.

Me di otros pipasos, realmente los necesitaba, mientras caminábamos hacia la unidad familiar “recreativa” de SEDESOL donde Alex toma clase de no sé que disciplina mamona, pseudo-oriental occidentalizada.

Mientras lo veía entrenar, pensé en mi descontento absurdo, que se basaba en la falta de protagonismo que creí vivir en mi propia historia. Nunca he podido soportarlo, necesito notarme y estar en medio todo el tiempo; a través de todo lo que hago en el fondo solo intento visibilizar la gris y uniformada existencia que me arrastra.

Por eso es mi descontento, el desacuerdo total, mi dadaísmo innato. En este afán de hacer las cosas solo por contradecir a los demás. Para chocar contra la ola, acorazado por una especie de obsesivo auto-amor; en la complejidad de mis múltiples personajes. Detestando toda la mierda de este mundo absurdo, representación descarada de la agonizante humanidad, con el ensueño de morfina que les nutre de su desencanto explícitamente notorio. Entre el juego burlón de lo que pretendemos. Lo que queremos y nunca lograremos ser.

Comprendí además, que todo surge de una necesidad: pues entiendo que querer es un hambre de uno mismo reflejado en los demás. Es la pesada ausencia de un “Yo” la que nos hace por costumbre convivir con los demás.

Javier Salinas Rivera (Basura) enero 2013


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